CAPEA EN LA CUMBRE

Recorro el poema de mis apuntes y archivos cacereños. Y he recalado, por azar, con esta fotografía reflejando el paseíllo de una capea festiva  en el municipio cacereño de La Cumbre… Nada más y nada menos que en los comienzos de los treinta, que aparecía publicada en la revista «Blanco y Negro». 
Aquellos días tocaban a fiestas en ese rincón de La Cumbre, enclavado como un haz de canto extremeño, entre Trujillo y Montánchez, en honor de la Virgen de la Asunción.
Toda una algarabía del gentío. Verbenas, canciones típicas, misa, la vestimenta tradicional, corrillos, sonrisas, música…
Y, siempre, también, claro es, un apunte de capea que desbordaba al paisanaje, que aguardaba largo tiempo para estas fiestas donde se exalta la pasión del amor a la tierra, al pueblo, al fervor tradicional…
Serían, pues, las cinco de la tarde, como aquellas campanas que retumbaban cuando el poema de Federico García Lorca «Eran las cinco en punto de la tarde…».
No había clarines y timbales… Pero cómo se armaba la estampa taurina y festiva de La Capea de un pueblo, como todos los de España, en fiestas, tal como nos muestra la hermosa fotografía de Reverter
Todo el mundo de La Cumbre y algunos forasteros se apretujaban entre carros y ventanas para aplaudir, para incentivar a los valientes que no quitaban la vista del portón de los sustos y del astado que deambularía por el ruedo… Un ruedo arropado con carros formando la barrera contra las abatidas del burel como se aprecian y distinguen asientos de preferencia para los dueños de los mismos y familiares…
Palcos altos y seguros para las autoridades y el inicio del paseíllo con el jinete del pueblo sobre el caballo para pedir la llave a la autoridad pertinente.
Todos ellos, tal como se aprecia, grandes y altos, menos el diestro, el principal de los protagonistas, que con su baja estatura parece querer enterrarse en la arena… Y de los desplantes y carreras, y de los quites y de los trompazos, y de los sustos y de los chillidos, y de los olés y de las ovaciones a los émulos de aquellos grandes toreros que se vestían de luces por cosos como Las Ventas madrileña.
Solían actuar maletillas trashumantes, con cara de hambre de pan, con cara de hambre de sueños, y que transitaban por las carreteras con el hatillo al hombro, por el que asomaba el puño del estoque… Se lanzaban al ruedo con sus impulsos de gloria torera… Y, al terminar, pasaban un capote y recoger unas pesetas que lanzaba el público. por su actuación y gestos de valentía y coraje torero ante el paisanaje.
Una fotografía que acumula el paraje de tantas capeas en las que el firmante por ejemplo, y sudaba tinta porque un eral le pasaba a quince o veinte metros. Al acabar el festejo el jovenzuelo paseaba con sus amigos como si fuera un héroe, pero nadie le miraba…
Gracias, Reverter, por esta extraordinaria fotografía que nos dejaste y con la que me topé, casualmente, serpenteando camino de los parajes documentales de la geografía provincial cacereña. aún no se cómo llegué a ella.

 

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